lunes, 21 de diciembre de 2009

Beatlemanía

La avenida Larco tiene el clima de un sábado de diciembre, más propio de nuestro ánimo que de la agitación callejera, porque mi amigo Bernardo Cáceres y yo vamos hacia la tienda de discos Phantom en busca del último CD de Bob Dylan, una compilación navideña que él acababa de escuchar en Copenhague y cuya recomendación resultaba obligatoria en medio de la coyuntura de fin de año.

Ya en aquel lugar, los remasters de los Beatles resaltan como bolas en un pino navideño. Son dos colecciones alucinantes, anunciadas hace meses en todo el mundo para el pasado 9 de septiembre (09/09/09). Por fin, el mejor grupo de todos los tiempos podría ser escuchado con la corrección de los vinilos de antaño. Nosotros, el ala modesta (misia, sin eufemismos) de los nuevos tobis audiófilos, habíamos convenido tácitamente en que los copiaríamos, sin pudor, de la adquisición original de alguien más pudiente o menos cobarde.

Pero el objeto del deseo está allí nomás, a pocos centímetros. Se trata de dos cajas. Una contiene las versiones en mono y la otra las estereofónicas. Y cada una cuesta como los servicios de una prostituta de lujo: poco más de mil soles. Con menos que eso se puede comprar un televisor LCD HD de 19 pulgadas, o un reproductor Blu-ray.

En unos segundos, ambos nos dimos cuenta de que habíamos usado a Dylan como pretexto para llegar a los Fab Four. Ninguno de los dos dudó. Además, sería la versión mono. La estéreo, sin duda, será la más comercial (de hecho, en el Somos pre navideño sólo se da cuenta de esta última).

Salimos de allí, cada uno con su compacta caja blanca, más el Abbey Road y el disco del vate que nos marcó el camino: Christmas In The Heart.

Don Fernando Savater refiere haber adquirido un llavero en el hipódromo de Churchill Downs, durante el último Derby de Kentucky del pasado milenio “con una sensación pecaminosa que no experimentaba desde mis deliciosas masturbaciones juveniles”. La posesión de aquellos discos, con sus cubiertas similares a los vinilos originales, antes de la invasión digital, es un sentimiento parecido (por no decir exactamente el mismo) al descrito por el hípico filósofo.

Los Beatles tienen ya más de cuarenta años en nuestra existencia. Sus canciones suenan una y otra vez. No importa con qué frecuencia. Pueden transcurrir años o semanas entre una escucha y la siguiente. Y siempre se tiene la sensación de que el placer es nuevo: una persistencia similar con la misma mujer no resistiría tal prueba del tiempo. ¿Por qué, entonces, no pagar otra vez por las mismas canciones? Es como si la prostituta preferida de nuestra adolescencia apareciera de pronto renovada, sin las huellas de los años, linda y limpia como antes, o mejor aún: remasterizada.

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