sábado, 19 de junio de 2010

La Hermandad de la Buena Suerte

Ahora que la Polla está en la cocina y promete servirse dentro de pocos meses, vale la pena reflexionar en torno a la ludopatía, las máquinas tragamonedas y las carreras de caballos. Alguna vez dijimos que “apostar a los caballos es comparable a hacer el amor con una mujer hermosa, mientras que jugar a la Tinka es sólo chatear con ella”. Las muchas opciones que hoy en día existen para perder el dinero (o la vida, si recordamos aquel caso lamentable y reciente que empezó en un casino) carecen del encanto natural de las carreras de caballos y tienen la misma cualidad virtual de las redes sociales en la Internet: no son el mundo real, sino una representación que apela a la fantasía del ser humano y a sus impulsos más primarios. La casa le propone al apostante jugar contra él anunciándole sin pudor el desenlace. ¿De qué otra manera se puede simbolizar el vocablo tragamonedas? En el hipódromo, los apostantes juegan entre sí. El resultado es irrelevante para la “casa”, que se ocupa más de proporcionar un espectáculo que de proponer un juego.

Valdría la pena que el aficionado refuerce sus vínculos con los caballos a través de una obra importante, cuya lectura, por cierto, acabo de concluir: la novela La Hermandad de la Buena Suerte, de Fernando Savater. En lugar de consumir los libelos sin sustancia de cretinos ya conocidos e innombrables, esta obra del hípico y filósofo español habrá de caerles como un bálsamo fresco en tiempos donde la inmundicia no es escasa.

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